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«Pues el invierno y verano
en Madrid sólo son buenos
Desde la cuna a Madrid
y desde Madrid al cielo»

Baile del invierno y el verano, Quiñones de Benavente



Hoy he llegado pronto a la oficina y he decidido sentarme en un banco a leer un rato al sol de mediodía. En el corazón de mi ciudad y rodeada del sonido urbano, me sentía en perfecta armonía con el mundo. Han comenzado a pasar grupos que volvían a sus respectivos puestos de trabajo tras el descanso de la comida. Durante media hora no he visto más que gente trajeada hablando de contratos, enfrascados en conversaciones telefónicas sobre números interminables, mujeres en incómodos tacones comentando la actitud de la nueva secretaria...
Me he levantado del banco con una extraña sensación que se ha acrecentado al llegar al portal, formado por una enorme puerta de madera maciza. El arco tiene unos ribetes preciosos que lo decoran en el alto y los laterales, dando paso a una alfombra roja que te acompaña peldaño tras peldaño en una maravillosa escalera de madera. A veces cruje bajo mi peso y no puedo evitar sonreír. Pero hoy, mientras la subía, me he cruzado con más gente trajeada que me ha hecho pensar. Y es que ahí estaba yo, pisando la misma alfombra con unas viejas Converse descoloridas y rotas. Era como si algo no encajase en la escena, y era yo.

Al entrar en la oficina se me ha olvidado por completo el sentirme extraña hasta el momento de volver a la calle unas horas más tarde. Lo cierto es que ninguna de esas personas me ha mirado extraño y el portero se ha despedido de mí como una más, pero seguía pensando que yo no encajaba en ese mundo. He llegado a pensar que nunca lo haré, que siempre llevaré vaqueros de colores chillones combinados con zapatillas que se caen a trozos y el mundo de las chaquetas con tacones me quedaría vedado.
He bajado todo Montalbán con la idea en la cabeza y al llegar al final sólo he levantado la vista para no chocarme con nada ni nadie. Y allí estaba, tan precioso como siempre, lleno de edificios y con miles de personas apresurándose por sus calles sin apenas pararse a mirar a su alrededor mientras que otros hacen fotos incluso de los adoquines. A un lado, todo el paseo del Prado invitando a recorrerlo bajo el atardecer y al otro, la diosa Cibeles casi sonriéndome desde su asiento. Casi me he reído en voz alta yo sola allí en medio ¿cómo he sido capaz de sentirme fuera de lugar? Es mi lugar, es Madrid.

Cada rincón de esta ciudad me acoge aun llevando las zapatillas más sucias del armario. Madrid se ha ganado más cariño del que podré darle nunca a mucha gente, Madrid me hace feliz. Y más en un día como hoy, décimo aniversario de una triste tragedia. Pero aquí sigue. No olvida, no olvidamos, pero sigue, seguimos. Y mientras este aquí, yo siempre tendré un lugar en el que encajar.

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