Fuiste tú quien me dijo que una
de las cosas más sobresalientes de mi personalidad, y que más te gustaban, era
la capacidad que tenía para reponerme de los golpes. Que rápidamente me
sobrepongo a las situaciones para manejarlas de la mejor forma posible, antes
de que éstas me arrastren con ellas. Y es verdad, soy así.
Soy
consciente que mi capacidad para enfrentarme a estas situaciones supera a la de
la mayoría de personas de mi edad, o incluso mayores, que he tenido cerca.
Puede que se deba a que las he sufrido desde antes y por ello he aprendido más
rápido. Cuando algo malo ocurre a mi alrededor, algo que me afecta, todas las
emociones me llegan en un torrente sin orden alguno, como a todo el mundo. En
los primeros momentos me siento tan perdida como los demás, pero mi cerebro
tiene esa capacidad de aislarse, analizarlo y decidir.
A
veces parece que las cosas no me afecten, que no tenga sentimientos o que soy
la persona más fría del mundo. Quien me conozca de verdad sabe que esto no es
así, pero que es lo que aparento. Y lo sé, porque estoy acostumbrada.
Pero
¿sabes? Siempre llega un momento en el que te cansas de algo, de lo mismo. Es
cierto que sé enfrentarme a situaciones duras; sé levantarme del suelo,
quitarme el polvo de los hombros y levantar la cabeza. Sé hacerlo porque he
aprendido así. Pero eso no quita que cada vez que caiga, me haga daño. Tengo
las piernas amoratadas, raspadas las palmas de las manos, el corazón partido en
trozos minúsculos y cada vez me pesa más la espalda.
Este
proceso, repetido una y otra vez (y otra, y otra) solo consigue aislarte. Te
hace aprender a desconfiar de la gente, que tener amigos sea una tarea
complicada (y aún más conservarlos) y poder confiar en una pareja o llegar a
quererla sin limitarse a uno mismo comienza a parecer imposible.
Y
es que cuando alguien se cae, necesita que lo curen; necesita un tiempo de
recuperación. Yo ese tiempo no lo tengo, porque me levanto tan rápido que las
heridas no se han cerrado. Soy completamente capaz de sacar una sonrisa, pero si
alguien supiese mirar más allá de eso podría ver que dentro las piezas se han
quedado desencajadas, que algo no funciona… que en realidad todo va mal.
Las
cosas, con el uso y los golpes, se van estropeando y necesitan ser reparadas.
Con las personas ocurre algo parecido, según lo entiendo yo. Mi problema es que
dentro de mí las piezas dejaron de encajar hace mucho tiempo y nadie se ha
parado a darse cuenta. Supongo que confié en que tú fueses esa persona que
sacaría la paciencia para arreglar lo que estaba estropeado y conseguir que
funcionase de manera correcta. Probablemente pedía demasiado, no puedo culparte.
Quizás yo sea como una de esas viejas muñecas de porcelana que dan miedo, vacía
por dentro y rota por fuera. Una de esas que si alguien se para a mirar a los
ojos diría “un día valió una fortuna, pero ya es demasiado tarde… no tiene
arreglo”.
Hace poco más de una semana, conocí por casualidad a una chica maravillosa. Aún no sé mucho sobre ella, y ella tampoco me conoce muy bien, pero me atrevo a decir que, a pesar de lo poco que hablamos, nos llevamos bien.
ResponderEliminarCada noche, al llegar a casa, le escribo alguna cosilla, que no deja de ser qué tal me ha ido el día o si me gusta más el ketchup que la mostaza, y ella me responde con cosas similares, a efectos es una conversación inocente, pero a mi me alegra mucho tener con quien charlar.
Pero hoy es diferente, esta mañana he visto que mi compañera se hizo una herida muy profunda que todavía no ha podido cerrar, y no he podido estar preocupado gran parte del día. Si, es cierto, es posible que nadie se lo crea, pero existe gente en este mundo que se preocupa por los demás, se preocupan por gente a la que apenas conocen, porque han conocido el dolor en este mundo, un dolor que por desgracia muchos compartimos, y no tenemos el valor suficiente para contárselo a los demás.
Esta noche quiero mandarle un mensaje diferente a mi compañera, quiero que sepa que el dolor es algo que nos va a acompañar de por vida, de una manera o de otra. Somos jóvenes, y aún nos queda mucho por experimentar, intentamos meternos en la cabeza que, con el tiempo, el dolor se mitiga o desaparece, y que la experiencia nos hará más fuertes, pero no es así. Una pierna no va a dolerte menos la segunda vez que te la rompas, si se muere uno de tus hermanos, no te va a doler menos que se muera otro después, pero desde aquí quiero decirla, que por favor no se guarde el dolor.
Van a pasar los meses, van a pasar los años, y las heridas siempre van a estar ahí, por lo que yo, hoy, te pido que no te las guardes. Si te has hecho daño, no lo ocultes, puesto que no hay nada más perjudicial que encerrar el dolor en las profundidades, tu corazón no es un lugar adecuado para albergar dolor, no es un lugar adecuado para encerrar tristeza. Tu corazón es un lugar maravilloso por el que debes luchar, debes darte tiempo para que las herizas cicatricen, y no debes temer pedir ayuda a los demás, puesto que tus abuelos, tus padres, tus amigos, y me atrevo a decir que el cien por cien de la población, ha pasado en mayor o menor medida por lo mismo, y nadie va a querer verte pasar por eso.
Quiero que sepas, que hay algunas personas en este mundo que sufren con la desgracia ajena, y que, aunque no sepan nada de ti, van a hacer lo posible por sacarte una sonrisa. Es posible que puedas parecer una de esas viejas muñecas de porcelana que dan miedo, vacías por dentro y rotas por fuera, que un día valieron una fortuna y que ya no tienen arreglo, pero puedo garantizarte, que más de uno pondrá su empeño en intentar el arreglo, y más de uno se quedará contigo a pesar de no tenerlo.
El mundo es muy grande, y alberga cosas maravillosas, no lo olvides nunca.