Páginas

MAW




Pequeños movimientos
pueden ganar grandes partidas.


Hay un pueblo muy especial en Orlando (Florida, EEUU) lleno de casas de colores, árboles que te saludan al pasar, piscinas con arena de playa y una tienda de helados gratis. En ese pueblo cada jueves es Navidad y nieva en la plaza central, aunque Florida lleve años sin ver nieve. Y es que, como podéis ver, este es un pueblo muy especial pero sobretodo sobretodo, lo son sus habitantes. Y es que en él solo viven niños que se mudan allí con sus familias durante unas pocas semanas. Es un sitio único que jamás volverán a pisar y por eso es tan importante lo que allí dentro ocurre.
Yo tuve la oportunidad de estar allí; vi nevar en Florida, estuve en una casa con forma de seta gigante, pasé junto a un tiovivo que nunca deja de dar vueltas y oí un árbol roncar, lo prometo. ¿Os ha entrado curiosidad? ¿Me envidiáis aunque sea un poquito? Pues dejadme que os diga una cosa: ojalá NUNCA tengáis que visitarlo, y ojalá NADIE tuviese que hacerlo.

En este punto ya os habréis imaginado lo que pasa allí, lo que esconden las setas gigantes y las piscinas de arena. Tenéis más información sobre mi voluntariado allí y sobre el pueblo en mi blog Estela en DisneyWorld


Participé por primera vez a través de los Disney VoluntEARs. Me enamoré al instante de lo que todo ello suponía, así que en España decidí continuar con ello. Llevo ya unos meses participando en labores de oficina y en Navidades se me comunicó que tenían un niño para mí. No he podido dejar de darle vueltas durante estas semanas y tenía muchísimas ganas que llegase el momento de conocerle. Ese momento ha sido esta mañana.

He llegado pronto al hospital después de una noche de nervios y vueltas en la cama, seguía muy nerviosa. No sabía qué me iba a encontrar exactamente ni qué tendría que hacer ni cómo sería él ¿y si digo algo inadecuado? ¿y si no le gusto y desea tener otra voluntaria? ¿y si no quiere ningún voluntario? ¿y si me quedo sin tema de conversación? Además, el escenario de un lugar tan grande lleno de batas blancas por todos lados no es que ayudase demasiado.
Pero finalmente llegó el momento de bajar y hacerlo lo mejor que supiese. Sólo os diré que es un chico guapísimo con unos ojos azules preciosos. Me saludó educadamente pero sin amago alguno de sonrisa y me distraje hablando con su madre sobre el tráfico y lo caro que es el parking del hospital. Entonces la enfermera le pidió sus deberes, una carta para su ídolo. Los había hecho pero a ordenador así que le ha mandado copiarla de forma manual. He aprovechado el momento para ofrecerme a dictársela, hemos corregido juntos la ortografía y me ha explicado quienes eran todos los personajes que nombraba en la carta y yo no conocía de nada.
Nos ha llevado un largo rato terminar la carta y he notado perfectamente cómo al final estaba cansado por el esfuerzo, pero la enfermera ha utilizado la excusa de que eso le ocurre por haberse negado a desayunar. Nos ha prometido que mañana comería algo. Luego hemos tenido que subir a otra planta porque tenía consulta con el médico y yo me he ido a clase, tras prometer con una sonrisa que la próxima vez echaremos una partida juntos. He salido del hospital con la sensación de que sólo quería quedarme más tiempo.

Una de mis frases favoritas siempre es "sabíamos a lo que veníamos", y así es en este caso también. Pero eso no quita que me haya hecho reflexionar porque, como siempre, te das cuenta de las cosas cuando las ves. Como ser humano, no podemos estar todo el día pensando en las penas del mundo o el riesgo de muerte que nos rodea porque ni siquiera saldríamos de casa. Es una habilidad genial ignorar todo eso y poder vivir ajeno porque si no sería totalmente imposible sonreír. Pero también es una gran habilidad pararte a pensarlo de vez en cuando para poder valorar lo que tienes, aunque sea unos minutos.
Así que he llegado a casa a la hora de comer y allí estaba mamá con la mesa preparada. Luego ha llegado papá, que me ha dicho "lo que haces es admirable, pero va a ser muy difícil". Y después han llegado mis hermanos, bromeando, regañando por algo de un videojuego, quejándose de las clases... y sólo he podido mirarles y pensar en que les quiero muchísimo.

No puedo más que ser feliz porque pueden escribir un folio sin cansarse, no necesitan ser empujados en una silla de ruedas, gastan más gomina de la que debieran, tienen fuerzas para gritarse entre ellos durante horas, entrenan en el deporte que les apasiona y pueden sentarse a hablar de lo que quieren estudiar en el futuro. El niño que he dejado esta mañana en una sala con ositos pintados en las paredes tiene apenas un año más que mi hermano mediano, y ese niño debería haber estado hoy en el instituto con sus amigos y no en un hospital conmigo.
Las enfermedades existen y hay que aceptarlo. Yo no he estudiado medicina ni ciencias para curarlas, simplemente me dedico a dar parte de mi tiempo a la gente que las sufre para que tengan un respiro, unos minutos de pensar en otra cosa y una pequeña ventana que les aleje de la realidad. No lo hago por sentirme mejor persona ni ponerlo en el currículum, lo hago porque es lo que creo que tengo que hacer. Hay gente que me dice "no sé como puedes estar ahí con niños que se van a morir". Bien, pues yo no sé como vosotros podéis ignorarlo.

Por desgracia son muchas enfermedades las que provocan estas situaciones y en gente de todas las edades. Pero es que, aunque sea por un día, quiero quejarme principalmente por esos niños que no miran al futuro porque no creen en él y en esos padres, madres, hermanos que también han dejado de hacerlo. Yo no puedo cambiar nada, pero siempre les dejaré mi esperanza.
Mañana volveré a preocuparme porque mi pelo no crece lo suficientemente rápido o porque tengo que leerme demasiado libros para clase, porque soy humana y no puedo evitarlo. Así que, por esta noche y desde un insignificante blog, te voy a decir algo muy en serio:

QUE TE JODAN, CÁNCER, QUE TE JODAN.

0 comentarios:

Publicar un comentario