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El tren está entrando en la estación cuando llega al último tramo de escaleras, se recoloca la mochila en el hombro y termina de bajarlas sin demasiada prisa.

Elige la puerta más cercana, pero una vez dentro del tren camina hasta el final del mismo atravesando vagones medio vacíos. No se fija especialmente en las caras del resto de viajeros, no le importan un carajo. Ni él a ellos. Encuentra libre un conjunto de cuatro asientos, elige el que está pegado a la ventana de espaldas al resto del tren y coloca la mochila a su lado. Aprovecha para apoyar los pies en el asiento de enfrente y saca un libro que no va a abrir.

Todas las mañanas el mismo trayecto desde hace cinco años, ya casi ni recuerda cuando se sentaba al inicio del tren, mirando hacia delante por la ventana, imaginando todo lo que estaba por venir. Mantuvo la ilusión por más de dos años antes de empezar a sentarse en el extremo contrario. Los últimos meses, sin embargo, prefería darle la espalda a todo. Hay gente que se marea al hacerlo, pero a él le mareaba más aún mirar hacia el frente sabiendo que lo que estaba por venir era lo mismo de cada día. Mirar las cosas alejarse dan la sensación de que ya han pasado.

Sería tan simple como no bajarse del tren, quedarse sentado cuando pare y seguir sentado cuando vuelva a moverse. Tan sencillo como llevar la mochila llena de ropa en vez de documentos de mierda. Tan fácil como desaparecer para siempre sin dar explicaciones a nadie. Tan complicado como cambiarlo todo.

El tren está saliendo de la estación cuando llega al primer tramo de escaleras, se recoloca la mochila en el hombro y empieza a subirlas sin demasiada prisa.

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