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La llamada




No había terminado el tercer tono de llamada cuando descolgó el teléfono.

- Lo he matado - le dijo una voz temblorosa.
- ¿Qué dices?
- Que lo he matado, ahora mismo - repitió la voz.
- Pero a ver, tranquilízate ¿de qué hablas? ¿Qué ha pasado? - ahora era su voz la que temblaba.
- No lo sé, estuve pensando en lo que me dijiste: liberar tensión y enfrentar el problema directamente, sin miedo.
- Joder, pero no hablé de matar a nadie ¿dónde estás?
- Oye, yo tampoco quería. Vine con la intención de hablar las cosas pero no ha hecho ni el más mínimo esfuerzo por escucharme. Me he cabreado ¿vale?
- ¿DÓNDE COÑO ESTÁS? - empezaba a perder los nervios.
- ¿Qué más da eso? En una cabina, enfrente del parque de siempre. El caso es que le dije que tenía ganas de partirle la cara y me retó a hacerlo. Y sí, lo hice y me quedé muy a gusto...
- Estoy saliendo para allá, joder. No te muevas. ¡¡JODER, JODER!!
- Estaba tan a gusto - continuó sin escuchar - que ya no podía parar, no hizo nada por defenderse. Primero lo golpeé con las manos, lo empujé una y otra vez hasta que cayó al suelo y comencé a patearle con todas mis fuerzas. No podía parar ¡ni siquiera quería parar! - la voz ya no temblaba, de hecho habría apostado cualquier cosa a que estaba sonriendo al otro lado de la línea.
- Ya estoy en el coche, dame 10 minutos. No cuelgues.
-  ...
- ¿Hola? ¡Te he dicho que no cuelgues!
- Tengo que irme de aquí, creo que viene alguien. Lo siento.

El pitido de la llamada interrumpida llenó el coche. Pronto sólo quedó su respiración agitada, acompañada de vez en cuando por una sarta de insultos sin destinatario concreto. No se molestó ni en aparcar, salió del coche y corrió hacia el interior del parque. Desde lejos vio la cabina vacía. Buscó desesperadamente una cara conocida, una multitud revolucionada, las luces de la policía, un río de sangre... pero nada. 
Decidió volver al coche y tranquilizarse antes de decidir qué hacer, quizás todo había sido una broma de mal gusto. Barrió de nuevo el parque con la mirada una última vez y entonces lo vio. Estaba en una esquina, tan encogido sobre sí mismo que pasaba completamente inadvertido. Se acercó con miedo y lo miró desde arriba casi con asco. Aún se movía lentamente, pero no había una sola gota de sangre en él... Se arrodilló a su lado, equiparando el asco con la lástima. Él debió notarlo porque se aceleró durante unos segundos antes de quedarse quieto, inmóvil para siempre.

Permaneció allí mirándolo durante un largo rato, incapaz de ordenar sus pensamientos. Desde luego, era el corazón más seco que había visto nunca.

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